viernes, 28 de febrero de 2014

TE VOY A PERDONAR

Esto que viene sé que te resultará difícil de entender.
Espero que me… perdones.

En mi vida, como en la tuya seguramente, me pasaron diversas cosas desagradables, no deseadas.
Y uno puede (y aprende) a sobrellevar aquellas que son el resultado de situaciones inevitables, propias de la naturaleza misma de la vida; por ejemplo: la muerte de un ser amado.

Es llamativo que cuestiones que son, comparativamente, de mucha menor importancia como una pelea, un desengaño o una ofensa, por sólo citar algunos ejemplos, resulten más difíciles de superar.

Tú te peleas con tu mejor amiga/o y pasan horas y hasta días sin hablarse.
En el trabajo descubres que una persona te estuvo usando para alcanzar su propósito de crecimiento en la empresa y te sientes defraudada/o.
Si la pelea es con una pareja amorosa el asunto suele ser mucho más denso y en algunos casos extremos, cuando alguno de los dos tiene su ser totalmente fuera de control, puede suscitarse un final dramático que nunca debió ser.

A todos nos cuesta perdonar.
¿Por qué?, ¿Cuánto de grandes o importantes nos creemos para negar el perdón?
¿Será quizá que, inconscientemente, nos consideramos tan infalibles que no podemos admitir que otros fallen?

Antes de seguir quiero dejar claro algo que seguro ya estás pensando: Voy a hablar del perdón, sí. Pero eso no es lo mismo que proponer la ausencia de castigo cuando corresponde.

Podemos perdonar.
Ghandi perdonó a su asesino, Juan Pablo II perdonó a su agresor, Jesús dijo: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Pero esto no significó la ausencia de un castigo, de un juicio por la acción.
Para que quede más claro: puedo perdonar algunos hechos extremos porque comprendo que una persona efectuó un acto horrible como consecuencia de su estado alterado o de su defectuoso desarrollo de la personalidad originado en su infancia traumática.
Pero eso, para mí, no implica ausencia de castigo.

Perdonar pasa por el reconocimiento de que el ser humano que cometió la falta es precisamente eso: un ser humano y por lo tanto falible, muchas veces imprevisible, desconocido hasta para sí mismo.

¿No te pasó acaso que luego de una discusión te asombraste de haber perdido el control sobre tu comportamiento, que te recordaste dando puñetazos a las paredes (en el mejor de los casos), deseosa/o de ver reducido a la nada misma a tu rival, con el rostro desencajado y el espíritu cargado de violencia?

Y entonces te dijiste: -¡No puedo creer como perdí el control!-.

Si esa misma situación hubiera terminado en algo terrible y sin solución: ¿qué te habrías dicho?

Pues bien: Así les pasa a los que fallan excediendo el límite.

Volviendo un poco más arriba, como dije: Podemos perdonar.
Y agrego: es muy bueno perdonar.

Sin embargo, más que perdonar, terminamos resignándonos a la realidad, lo que implica una perdida notable de tiempo útil a nuestra vida.
De haber sabido perdonar a poco de ocurridos los hechos, habríamos disfrutado más de los días siguientes.

Porque perdonar es: comprender que “el otro puede fallar como nosotros también fallamos”, que “el otro puede cambiar como nosotros también cambiamos”.

Un ejemplo clásico: Una persona tuvo una pareja por varios años. La relación, como todas, tuvo diferentes matices, buenos y malos tiempos, a veces mucho amor y otras peleas dolorosas.  Sin embargo nada hacía suponer que el lazo alguna vez se cortaría. Pero sucedió.
Un buen día (o quizá un mal día –tú elije) su pareja le confesó que ya no le amaba.
La primera reacción de esta persona fue preguntarse porqué, qué pasó.
También decirse: no puede ser, esto no es real, esto es un error, tienes que repensarlo.
Pero la otra persona ya lo había pensado bien, lo sentía, era real.

No se le ocurrió a este ser humano, después de escuchar las razones que le expuso su pareja, entender su grado de responsabilidad en lo que había sucedido y menos aún tener la claridad y serenidad de espíritu para darse cuenta que, inevitablemente, todo estaba decidido: el amor se había apagado.

En realidad, se preocupó por su futura soledad, por los años invertidos (perdidos) en una relación que terminó en el fracaso y… sólo supo lamentarse por sí misma/o.
No comprendió que aquella persona a quien amaba también sufría, tampoco era feliz, había perdido su tiempo intentándolo todo y también debería recomenzar su vida en soledad.

El ego, el temor a no ser amados, la angustia por perder personas o cosas como si nos pertenecieran, la constante necesidad de existir ante los otros, la sobre valoración de nosotros mismos, la equivocada autocompasión, el temor a vivir sin ser valorados por los demás, y tantas otras cosas parecidas no nos permiten aprender a decir: -Te entiendo, al fin y al cabo también me podría haber pasado a mí-.

Eso es perdonar: comprender que el otro (y yo también como “el otro” del otro) podemos fallar, cambiar.

Por eso, ponte la mano en el corazón y reconoce que cualquier situación que los otros pueden realizar contra ti (directa o indirectamente) es potencialmente una acción que quizá tú misma/o puedes llegar a hacer también.

Sí, ya sé, estás diciendo: -¡Hay cosas que yo nunca haría!-.
Es probable. Pero la realidad siempre se sabe al final de la historia.
Lee los diarios, ve los noticieros y encontrarás muchas personas que hacen cosas que, seguramente, mil veces dijeron que no harían jamás.

Más allá de esta posibilidad cierta, objetiva, hay una razón más para que te intereses en perdonar a tiempo: Tú misma/o.

Dejar de lado el amor propio, soltar las riendas del ego que siempre necesita tenerlo todo bajo control, aceptar que el ser defraudada/o, ofendida/o, dejada/o de amar, etc. es parte de la vida, es parte de la realidad, es una posibilidad mil veces comprobada en toda persona de este mundo; comprender y asumir todo esto te permitirá ser más libre.

Puedo incluso asegurar que perdonar te hará más humana/o en tanto que te hará ver en los otros alguien igual a ti en la medida que te sinceres contigo misma/o y reconozcas que nadie es ni más ni menos falible que tú.

Cuando no puedes perdonar tampoco puedes dormir bien, vivir tranquila/o, tener la mente serena. Todo el tiempo te invade la necesidad de cierta venganza, de cierto deseo de castigo, de (al menos) que el otro se disculpe ante ti.

Si comprendes que, por regla general, la mayor parte de las veces nadie se disculpará por lastimarte o por herir tu ego (que solo te interesa ti, no a los otros), entonces soltarás el perdón y serás feliz, libre, podrás sentir que el rencor merece ser dejado de lado y seguir adelante en paz.


Hay muchas cosas maravillosas y útiles que puedes hacer con tu vida en lugar de lamentarte por lo que te han hecho.

Espero que esto te haya sido útil y si no supe explicarme de la mejor manera: Te pido perdón.

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