viernes, 28 de febrero de 2014

DEJA DE MENTIRTE Y… PÉSATE

Por simple coquetería masculina (que los hombres también la tenemos) no pienso decirte cual es mi peso.
Pero sí te contaré que durante varios años de mi vida estuve excedido en demasía.
Como siempre sucede en estos casos, los primeros kilos los festejé con palmadas en mi panza mientras decía: -¡Es la buena vida!-.
Seguí engordando al ritmo de cada ingesta de pastas, carnes, fritos, masas y buenos vinos y cerveza, todo ello sumado a una vida sedentaria clásica de una persona de oficina.
Cada vez que me miraba al espejo encontraba mil justificaciones para decirme que estar gordo no me sentaba tan mal, le encontraba cierto atractivo y además mi salud no me anunciaba ningún peligro aparente.
Así pasaron los años hasta llegar a los 120 kilos sin problemas.
Por supuesto, cualquier inofensiva balanza era mi enemiga que solo buscaba distorsionar mi realidad: yo no era gordo, era robusto y me encontraba sano, así que… sigamos viviendo como venimos haciéndolo.

Primero fue la presión la que me dijo: -Escucha, amigo, ¿qué tal si bajas algunos kilos y me ayudas y te ayudas?-.
Pero son tan ricas las carnes asadas con papas fritas y tan delicioso el vino blanco, que yo le contestaba: -¡Esperemos un poco más!-.
Pero la presión no quiso esperar y siguió subiendo al ritmo de mi panza.
Recién tomé conciencia ante la mirada acusadora de una doctora que me dijo: -¿Usted se quiere morir?-, y, dicho esto, me recetó pastillas para la presión y dieta.
Pero eso sólo ayudó para que sencillamente dejara de aumentar y perdiera sólo un poco de mis kilos.
Ante el espejo yo seguí encontrando justificaciones para no cambiar demasiado.

A esta altura quiero preguntarte, tan sólo para que tú mismo te des la respuesta en secreto: -¿No te pasa o te ha pasado?-.

Je, je… me parece escuchar la respuesta.

Las personas somos bastante irreflexivas (ya veremos más adelante el porqué) y seguimos haciendo las mismas cosas que nos hacen mal a sabiendas del resultado que nos espera.

La cuestión es que hace unos años se detectó que mi vesícula estaba al borde del colapso, lo que técnicamente se llama: colecistopatía.
Quedé internado para operarme pero aparecieron dos o tres cirugías urgentes que postergaron el momento. Además, los fármacos que me inyectaron mediante suero lograron en pocas horas hacer desaparecer el agudo dolor y, parcialmente, la inflamación.
Sumado a esto mi exceso de peso los médicos me propusieron una cirugía programada y, por supuesto, una dieta.
Estuve haciendo dieta libre de grasas y alcohol, ilusionado que nunca pisaría el quirófano, y bajando mi peso entre veinte y veinticinco kilos… pero al cabo de casi un año de hacerme el distraído la ilusión cayó al vacío: un dolor agudo volvió a atacarme y lo reconocí de inmediato.
A tal punto que, sin dilación preparé un bolso y marché a la clínica consciente de lo inevitable.

Aquí estoy hoy con varios kilos menos y sin vesícula.

Conclusión: del mismo modo que diariamente pasamos por alto una balanza para evitar enfrentarnos con la verdad irrefutable de nuestro peso corporal y sus implicancias en la salud física, así hacemos también en otros campos de nuestra vida.

No dejes pasar el tiempo sin mirarte tal cual eres, aceptarte, reconocerte y buscar el camino adecuado para solucionarlo.

¿Qué es más fácil decirlo que hacerlo?
Ya lo sé… por eso estoy sin vesícula y si no fuera porque llegué justo a tiempo para la operación y porque los cirujanos hicieron un trabajo excelente, te juro que no estaría aquí escribiéndote esto porque, según me confesó el doctor si hubiera llegado un poco más tarde mi vesícula habría reventado y final del cuento.

El espejo no miente, nosotros sí.
La balanza no miente.

Ahora ve y pésate y has algo con esa información.

Puede ser el comienzo de una vida consciente hacía lo mejor de ti misma/o.

No hay comentarios:

Publicar un comentario